Poner precio a los bienes comunes y en juego a la vida.
Donald Trump reactivó una disputa internacional por el poder comercial con su propuesta de Ley America First Trade Policy, con la cual buscaba renegociar los costos arancelarios con algunos países. Más allá de sus resultados concretos, esta iniciativa expone una batalla cultural e ideológica impulsada por la ultraderecha en alianza con el gran capital, una lucha por imponer un orden moral y económico global bajo valores supremacistas, individualistas y extractivistas.
Por Juan Santoyo
2 de Mayo del 2025
COLOMBIA – En ese escenario, los discursos de odio y el consumo irracional profundizan el sistema violento de despojo de los territorios, invisibilizado bajo prácticas de greenwashing y sostenido mediante la paramilitarización de los territorios y la corrupción institucional. Lo que está en juego no es solo el comercio: es la disputa por los bienes comunes que determinan la Vida.
Desde inicios del nuevo milenio y en particular durante los gobiernos de Álvaro Uribe Vélez y de Juan Manuel Santos se aceleró la apertura comercial de Colombia. La firma masiva de Tratados Bilaterales de Inversión (TBI) y Tratados de Libre Comercio (TLC) abrió grandes puertas a las empresas extranjeras, especialmente mineras, que han utilizado estos tratados para presentar demandas de arbitraje internacional con el Estado colombiano. Según el informe de Transnational Institute, en el año 2018, Colombia fue el país más demandado del mundo en esta materia, con seis demandas en tan solo un año. Desde entonces, el número de procesos no ha cesado de crecer.
Y es que si el mundo de las finanzas fuera como el fútbol, Colombia tendría un equipazo en materia prima, pero entre el mercado de jugadores y la FIFA (las cortes internacionales), el país siempre pierde. Los partidos que juega Colombia se disputan principalmente en dos ligas: la de los Tratados Bilaterales de protección de la Inversión extranjera (TBI) y la de Tratados de Libre Comercio (TLC). En esas ligas, lo que está en juego no es el trofeo, sino el manejo de los recursos, la generación de riqueza y la soberanía económica. La tricolor tiene al día de hoy vigentes 8 participaciones en la TBI Y 9 en los TLC.
Donald Trump (impersonator) at the White House, Washington DC. © DARREN HALSTEAD ON UNPLASH
Esto se traduce en concesiones de proyectos de megaobras de infraestructura, acuerdos comerciales o beneficios tributarios para la implantación de grandes empresas, muchas de ellas con un historial cuestionable en derechos humanos o sostenibilidad. Históricamente la violencia y el terror han vaciado el campo de su gente, liberando tierras para la explotación por parte de capitales privados transnacionales.
Multinacionales como BP, Drummond, Glencore y Anglo Gold Ashanti, son investigadas por lucrarse ampliamente a costas de afectaciones ambientales graves y de financiar grupos paramilitares que amenazan, desplazan y asesinan a líderes que se resisten a dejar sus tierras para su explotación.
En Colombia, más de 70% de las explotaciones minerales a gran escala están en manos de compañías transnacionales. Esta dinámica no solo significa la desposesión de recursos apetecidos a nivel global, la privatización de tierras, el desplazamiento forzado, la pérdida de culturas y la contaminación de recursos sino además, la marginalización de familias de pequeños mineros que históricamente han extraído artesanalmente materiales como el oro para su sustento. .
Lejos de ser una estrategia de desarrollo equitativa, este modelo se ha convertido en una amenaza constante para la Nación. Solo recientemente, de 9 demandas resueltas Colombia perdió 4 y tuvo que pagar 554 millones de dólares a empresas extranjeras.
El sector minero en particular ha emprendido numerosas acciones legales contra Colombia argumentando que las decisiones judiciales y los problemas de orden público afectan sus operaciones. Las demandas de estas empresas multinacionales superan los 1300 millones de dólares.
El caso de la minera suiza Glencore, quien obligó a Colombia a pagar 19 millones de dólares por el caso de la mina de carbón en el Cerrejón (La Guajira) o el caso de las demandas por parte empresas canadienses tales como Eco Oro Minerals Corp, Gateway Mining LTD y Red Eagle Mining por más de 200 millones de dólares interesadas en realizar proyectos mineros en el páramo de santurbán, demuestran que las ambiciones económicas de las empresas sobrepasa el sentido común.
Juan Manuel Santos y Alvaro Uribe
Estos tratados están sesgados a favor de los inversores, lo que pone en riesgo la soberanía y los recursos del Estado. Este sistema, que privilegia la inversión empresarial y sus intereses, es posible gracias al mecanismo del arbitraje internacional de inversiones, el cual permite a los inversores evadir los tribunales nacionales y acudir a cortes privadas internacionales que suelen favorecer sus intereses.
A pesar de este panorama, el Estado continúa promoviendo la participación empresarial mediante la figura de asociación público privada (APP) para la gestión de servicios públicos. Presentadas como una apuesta eficiente, las APP se han convertido en una forma de privatización encubierta donde el Estado delega responsabilidades fundamentales sin garantías reales de calidad ni equidad en el acceso a los servicios.
En Colombia, la presencia de empresas en la gestión de bienes públicos es cada vez más extendida y celebrada desde ciertos sectores del poder. Pero esa tendencia viene acompañada de una creciente amenaza ambiental, social y jurídica. Un caso ilustrativo que queremos señalar es el caso de Veolia, multinacional francesa presente en Colombia desde 2018. Esta empresa opera en varios municipios del país en servicios de agua, aseo y saneamiento, a través de concesión o empresas mixtas, aunque no siempre bajo la figura formal de APP, estos modelos reproducen lógicas similares de concentración empresarial, exclusión ciudadana y debilitamiento del control estatal sobre los bienes comunes.
Con la llamada transición energética, Colombia está viviendo una nueva ola de extractivismo. Un neo-extractivismo con aroma progresista, que da al estado un papel protagónico en el proceso de explotación de la naturaleza, de forma directa a través de empresas estatales, o de forma indirecta a través de tributaciones de empresas u otros mecanismos de regulación para la obtención de un porcentaje de ingresos para la puesta en marcha de programas sociales y otras iniciativas públicas que dotan a los gobiernos de cierto grado de “legitimidad”.
El extractivismo como fuente de progreso en los países biodiversos es una enfermedad que no para de crecer : en 2022, las mayores alzas estimadas en exportaciones se registraron en países exportadores de hidrocarburos : Colombia (49%) ; Venezuela (63%) ; Trinidad y Tobago (69%).
En el sistema actual, el poder corporativo ha alcanzado niveles sin precedentes, moldeando las políticas públicas en función de sus propios intereses y no del bien común. La guerra comercial iniciada por Trump, presentada como un acto de protección del trabajador estadounidense, en realidad es una maniobra que oculta una agenda corporativa más profunda, donde las grandes empresas siguen beneficiándose mientras los costos recaen sobre los sectores más vulnerables. La guerra por mantener el control de las fuentes energéticas se profundiza en países como Ucrania, desconociendo la crisis climática que amenaza la supervivencia misma de la humanidad.
En un marco en el que la democracia se ve vaciada de contenido, las empresas y corporaciones financieras alteran las reglas de juego que controlan el sistema político y mediático.
Por Juan Santoyo
Escrito por Juan Santoyo
Mientras avanza una crisis ambiental global que amenaza con la multiplicación de los conflictos sociales, la disputa por el acaparamiento, uso y aprovechamiento de los bienes comunes tales como el agua, resulta mediada por las lógicas del mercado y de las armas. De esta manera, la carrera por controlar las fuentes energéticas convencionales…
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